Según dice, la joven es recién nacida (o va a nacer)
y la abuela sólo tiene ¡un año!
Que el 2006 nos traiga salud, amor, prosperidad
y muchas cosas molonguis.
Hay mañanas tontas. Algunas bastante tontas y otras muy tontas. Sobre la mesa, una taza sin leche y la tostadora sin una triste tostada. Hace tres días que, una mañana tonta (pero no tan tonta como la de hoy), las madalenas se terminaron.
Tardo en reaccionar. Con el bote de molacao en las manos y la mirada puesta en la radio (Radio3, por supuesto) me doy cuenta de una cosa, que no hay desayuno.
Evalúo la situación: o me como un pepinillo agridulce o me voy sin desayunar. Opto por lo segundo.
Por suerte, en la oficina tenemos una máquina de café y, por suerte, a la vuelta de la esquina hay una tienda de chinos. Pero no abren hasta las diez y media.
Desde luego, hay mañanas tontas que no molan nada.
Si algo no me mola es que me empujen. Ayer, al entrar en uno de los vagones del metro, una mujer me empujó, disimuladamente, pero me empujó. Se ve que la señora estaba desesperada por pillar sitio, pero tuvo mala suerte porque todos los asientos estaban ocupados.
Era una mujer mayor, de unos 70 años. Llevaba un abrigo negro de piel, unos pantalones de pana verdes y unos zapatos negros adornados con un pequeño lazo.
Tres paradas después nadie le había cedido el sitio.
En Cuatro Caminos un hombre se levantó y se bajó. Yo tomé su asiento y la mujer me miró. Entonces, por un momento, me acordé de mi abuela. Miré a los ojos de la anciana, que suplicaban un sitio, y pensé: "es curioso, jamás vi a mi abuela vestir pantalones”.
Saqué mi libro y seguí leyendo. Si algo no me mola es que me empujen.
Molando voy, molando vengo. Por el camino yo me entretengo.
Molando voy, molando vengo. Por el camino yo me entretengo.